viernes, 6 de mayo de 2011

Cuentos de Terror

Ayer a las cuatro de la tarde regresaba de buscar por todas partes aunque sea un poco de ganya, pero no ha habido; bueno, al menos esta situación me hizo encontrar a alguien después de mucho tiempo: a Guzmán. Y también después de mucho tiempo he visitado el parque de una gruta, es raro, es una mezcla de todo, por ratos es agradable pero luego repentinamente todo puede volverse oscuro sin que importe la hora.

…”Solía ser tan terrorífico”…

Cuerpos cadavéricos, tal vez infectos de miedo, putas de mechas teñidas y criaturas cochinas que son puro hueso. También hay caras limpias pero sin excepción ya nadie puede controlar el temblor en las piernas ni evitar que las venas se les vean, igual ya todos están en el camino, llegarán al mismo recorrido… de un piurano atardecer.

Muchachitos de dieciséis y viejitos de sesentaitrés, jovencitos robustos de cachetes rosados y estropajos de humanos desdentados; sin embargo en oposición a esta imagen de tragedia el jardín y las flores crecen hermosas por aquí. Padres de familia e hijos que han matado a sus padres, esqueletos que muestran sus brazos con cincuentainueve cortes (me les imagino licuándoles cada vertebra, se les nota tan clarita la purulenta columna vertebral)… Bebitos de ayer y de tres añitos hoy pelotean en redondela mientras papá se ahoga de mierda las venas a la vuelta nomás, esto no es agradable ni bronca style. Esto está mal en verdad. Las ricotonas de ayer son sólo eso, del ayer, ya no seducen, son sólo bullosas con una voz que está que se apaga. Piele cruda sin color, tal vez por meterse tantas crudas de terror, que es así como se llama una forma especial de quemar la base. Pregunto con miedo de hacer notar mi miedo si es que antes he contado el chiste de la lora. Un silencio sepulcral y hasta la puta ex mi rubia bonita escupe chicles para escuchar bien. “¿Cuál es el chiste de la lora?.

“Perdón, ¿dije chiste? Era la historia de la lora”. Y es así como he empezado a contar la historia que leí acerca de un ave acuática sudamericana, esta se llama Guaco, pero para ahorrar explicaciones hablé de una lora salvaje. Y así ha sido que los he tenido como un cuarto de hora contando la historia sin parar. En realidad no sé ni porqué lo hice, pero me nació hacerlo. Les hablaba de una lora y en mi pecho recordaba al Guaco, ave majestuosa que una vez capturado y metido en un gallinero, al día siguiente el mundo amanece sin que se acuerde que era un Guaco. Al amanecer sabe que es un pastor de gallinas, que las ama y las protege. Nunca más será un Guaco…

Los gallos de pelea revolotean cerca de nuestras bancas y de nuestras sombras. Guzmán me comentaba: “una huevada criar gallos. Qué comprarles vitaminas para que ¡blum! Te lo maten en un segundo, hay unos que no llegan ni a los cuarenta segundos”. Hace una pausa y finalmente agrega: “A mí no me gustan esas huevadas, sólo quería comerme a los gallos que se iban muriendo”. No se me hacen raras estas aficiones del amigo que tengo al lado, sé que muere por sesiones que tengan sabor sangriento. Lo que a mí respecta, sonrío de placer al recordar en mi cabeza el filo del acero pinchando una garganta que pronto no será más que gelatina con hígado picadito… de un piurano atardecer.

Sopor, bochorno, modorra, calor, sopor, bochorno, modorra, calor. Tristes, los cuerpos que no tienen otra protección que árboles contra el sol. Están cansados, más aún porque no han parado, pues no hay nada que reanime. Aprovecho un descuido y un segundo de lucidez para irme, aquí no importa la hora, todo puede volverse repentinamente oscuro y no me voy a arriesgar a ello. Y me fui. Y ahora solo, yo me estoy cayendo, cuerpo cadavérico con notorias venas y temblores de piernas.

Me encontraron después de que cayera para siempre. Me han tapado con bolsas negras, de ésas que no son buenas para guardar alimentos. Está muerto.


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