viernes, 31 de agosto de 2012

Chalo

Mi primer día en un estudio de arquitectura.


Era sábado, un día previo al día e la madre: nos demoramos mucho a lo largo de todo un día hasta que acabamos de cortar unos cartones encargados a Enrique y a mí. Al fin en la noche acabamos y llega el dueño del encargo a la oficina.

Hizo un buen gesto el arquitecto mirando: “ha quedado bravazo”, sin medirse en palabras o comentarios le hablaba a su hija: “mira hija esta bravazo no?” Y la niña mirando a través de la maqueta. “Tenía mis dudas, no por ustedes, pero miren, ha quedado chévere, hija, no la manosees tanto que me pones nervioso”. 

Parece un laberinto papá
Exactamundo.

De regreso por Chiclayo seguía pensando sin dejar de recordar ni un solo detalle del día: las lámparas a modo de antorchas en el pasillo que te mete al edificio Vivaldi, el mobiliario simétrico de la sala de las computadoras del estudio y las lámparas colgando del techo; que con sus reflejos en aluminio brillaban al parpadeo inicial de las luces encendiéndose. La altura amigable de la oficina del arquitecto y sus sillas finitas de acero, los cubitos perfectos como tiraderas para los cajones y la transparencia manejada adecuadamente: la calle y la motocicleta verde con la textura de piedra de la entrada, todo visto desde adentro. Los comentarios de reivindicación de lo mismo de siempre: ceder lo público, la verdad del vacío, tradición mirando al futuro y no al pasado. Hay que traer la abundancia a donde haya escasez. Meterse al laberinto para demostrar que se tiene la paciencia para salir:

¿Podemos?
Claro que podemos.
 
Foto de www.yucun.pe


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