lunes, 8 de agosto de 2011

Aguanta hombre


Un trabajo bien expuesto que sacó puntos de ventaja ante una respuesta inesperada: Lucio Costas fue el urbanista que hizo posible la construcción de Brasilia. Un boom. Después, a las pocas semanas en una entrega bien intencionada, bien confiada, le llevamos al arquitecto un trabajo bien bonito. La noche helada, dolorosa y tensa caminaba por la carretera. Al dictado de notas me leían los del grupo: nueve-nueve. Carajo. La tarde pegajosa, el calor, las faltas de ganas, la des-comprensión, el aislamiento de unos que escriben en las paredes la misma frase: sábado siete. Siguieron las calles de amarillos, de hermanitos gemelos y de relojes de gatitos, Rafa me daba sopa de pescados para que me duerma, así no le estorbaba, al despertarme me metían en un taxi y en descargo les contaba -al grupo- unos chistes que bien malos me salían: “Ya espérenme mamacitas, voy por una ducha y vuelvo”. Sentían rabia, pues nadie se daba lujos, era el trabajo o nada, pero qué culpa tengo yo de vivir tan cerca a la universidad. Siempre antes de llegar al campus en el taxi, viendo desde adelante a los otros tres. ¡Pobres muchachos doblados entre un trabajazo! mentira, fue el peor trabajo que presentaríamos, si hasta daban vergüenza esas cajitas rojas en transparencias. Siete de la noche y todos que salen. Los arquitectos se meten y se encierran por tres horas. Todos dan vueltas, yo nunca me junto con ellos… el resto. Nunca podrían haber sido más frías las noches de lunes y jueves a las diez de la noche en medio de la pista entre los gritos de cobradores que te gritaban: “Suba mamacita”. Y ahí, sus caritas, yo no podía, ellos me habían dicho que era cinco, pero ahí…. pero sus caritas, no era cinco, eran dos números, eran cuatro y cuatro. Devastador, a la siguiente clase dejaron de ir no sólo los del grupo, sino la mitad del taller.

La noche fría, y el deseo de regresarme, de escaparme de tanta presión y el sentimiento fallido por lo que siempre decían: No tienen rigor, no trabajan, mejor ya no vengan. Era tanto guardado, sin ningún descargo válido. “No señores, no señores, no señores”. La voz furiosa, la tensión, el sufrimiento, la agonía y el descalabro de algunos a solas, siempre a solas. Descalabros, no hay descargos, el que quiera terminar debe aguantar, no es obligatorio hacerlo, así que se entenderá que el que se queja, no sirve; no tiene rigor, no vale nada. Por eso ahí, sus caritas, dando vueltas. Nos fuimos. Los estudiantes de arquitectura con los estómagos desastrosos, el dolor, la mezcla entre el recuerdo de los amigos apaleados por policías y el erizamiento escuchando en una universidad particular, la música que uno no acostumbra a escuchar, emocionado además de. Ahí como de película, ahora no sólo estoy viéndola, ahora formaba pate de ella, de la película, los sentimientos –señorita- usted no sabría describir, yo no lo sé, es que es difícil explicar el medio, la intención; podría ayudarnos una pregunta, una primera pregunta. ¿No es raro que me veas aquí? ¿Tú, aquí? La mierda. Ni describir (ya te dije) puedo… esos cartones de mierda, ahí, que de tanto cortar entendías que ¡ah carajo! ¿desde qué hora te estarías desangrando?, otro porrazo, la pausa sedita y los pasos –más seditas- de la señora que sube a mirar lo que hacen sus inquilinos. “¿Siempre con la compañía pajarito?” La respuesta de Ajá. Es hora de regresar. ¿Y dónde has estado? En casa, es un alivio que ahora trabajemos individualmente. He traído mis primeros planos y una maqueta otra vez con esa palabra que me gusta “bienintencionada”. La sorpresa es la calidad de los demás trabajos. No entiendo cómo es que piden unas ideas primeras y ya todos traen planos desarrollados y exactos. Rayos. Salgan de los salones. Vuelvan en tres horas.

Fumaba triste en la pensión mirando nada, tal vez las zapatillas puestas con tierra, el recuerdo de la espera, las citas de Julio Cortázar, la invención de historias, las letras amarradas, la decepción de…, nada señora, no hablo de eso, el arquitecto que nos enseña dice que hay que pararse fuerte. La arquitectura, la arquitectura. Váyanse de aquí, maldita sea. Los alumnos salen. Al volver las noticias son malas, los arquitectos hablan de que nadie se salvará, que sólo hay unos dos o tres que destacan, no dicen nombres, más tarde sabríamos que eran dos. Guerrero y Neyra. A mí cuando me dicta el once, el arquitecto que nos enseña dice delante de todos: Mira yo te digo, si tú trabajaras un 10% más podrías lograr cosas, pero deja los amigos, la mala vida. Continúan con el resto de alumnos. La mayoría desaprobados como Mendoza y Rafa, no debía hablar de notas, lo sabía. La gente más se retiraba del curso, era más difícil ahora. Ahora los tres arquitectos tenían mucho más tiempo para ti. Doloroso, pero ahí aguantándole los que quedábamos. En las siguientes clases logré salvarlas, los arquitectos veían que tenía solucionado lo primero: que todo lo que se pretenda funcione bien. Ahora debía pasar a la realidad, nombres, datos, pesos, tecnología, materiales. Hormigón, acero, lamas de madera, zócalos, losas, ¿colaborarte o maciza? Ahora investigar una millonada. Logré salvarla, pero eso no me eximía del dolor: “Tú no avanzas nada, vas adelante y siempre traes lo mismo, mejor ándate a sentar”. La próxima semana es preentrega, como ya saben se va acabando el curso. Hay mucho trabajo por hacer. La presión está a punto de desbordar en todos y todas. Muy pocos van acabando el curso, esto ya depende de ti, lo que sí es seguro es que no debes hacer otra cosa que avanzar el trabajo, tiempo no te quedará, así llores. Eso se llama convicción y coraje.

Por Córdova.


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