lunes, 6 de diciembre de 2010

Aún soy yo


El lunes me he levantado temprano, y como ayer no me quedé dormido por haber marijuaneado tanto, hoy sí que amanecí bien.

A las seis y media me visto (pues siempre duermo desnudo) y me pongo –además- una chompa. Salgo a llamar. Amaneciendo (ya hay bastante movimiento, pienso que por lo cerca que vivo de la universidad).

Me contesta mi hermana totalmente desubicada: ¿Mi papá, pero para qué? ¿Qué quieres? ¿Plata?.

- Pásame por favor con papá.

Mi padre habla cortésmente, diríase que hasta suena cariñoso, pero eso es imposible, hace años ya que ese hombre dejó de tener razones para sentir cariño por el hijo. No lo culpo. Hablamos un ratito y colgamos. Entro de nuevo a la pensión. Esta vez a la cocina. Siete y media.

Me siento enfrente de la señora mientras prepara el desayuno, veo como quiebra huevos, pica verduras y fríe con un sartén y con un plato. Me habla de los gastos que hay en la vida y me dice: “Hace un ratito nomás llamó tu mamá molesta diciendo: Dígale que ya le mandé la platita”. “No creo” le digo yo, “Tal vez, sólo hablo rapidito. Molesta no”. Siento que la señora Penélope se solidariza conmigo: “Tal vez está molesta por tus gastos, pero -ay- tu carrera es así pues”. Así por la mañana seguiré conversando por largo rato con la señora. Nos movemos ahora a la mesa del comedor. Conversando con la señora, ya no siento ningún apuro, por ir a ver si Itali me estará esperando en el punto indicado. Ya no tiene caso, ya son las ocho y aún desayunando, falta en la mesa, el relato de la señora hablando de las elecciones de ayer, acá en Chiclayo. “Ganó, ese hambriento de Acuña” –sentencia. Mientras yo: jajajá (salgo de la pensión). Mientras viajo al centro, no recuerdo si Itali, debía esperarme a las ocho o a las nueve; así que para tantear, llego hasta donde ella me debía esperar. Son exactamente las nueve. Itali no está. Voy al banco.

¡Qué cola tan larga! Espero. Retiro todo y salgo. Es increíble cuánto movimiento y flujo de personas hay en esta zona, este día y a esta hora. Extraño mucho a leer a Camus. Eso es lo que pienso mientras cruzo la pista del banco. “Camus ha muerto en un accidente de tránsito”. ¡Taxi!.

Llego al nueve y compro los Joints y antes de devolverme a la pensión me escucho diciendo: “Aló. ¿con Yúnior?”. Él me contesta y a todo dice que sí. Hoy ensayamos y a la mierda. Eso será, sólo después, del trámite de la hora del almuerzo. Cuelgo el auricular. “Bien Yúnior”.

Cuando entro a la pensión, acaricio la portada ya gasta de mi “PAPILLON”. Luego le pongo a un lado. Ordeno bonito la cama y he líado toda la hierba en sólo dos porros: uno que en un ratito ya estará por la mitad, y otro que será para más tarde en una ceremonia de rock. “Cuadrando”.

¡Está fresca la hierba, lo estará también al amanecer! Recuerdo por segundos los poemas que le escribía a una mujer bella. Y pienso en forma de poema cómo se ha ido alivianando el recuerdo:

No extraño a Piura, porque quién era mi mujer,
ya no está.
No extraño a Piura, porque la plaza era mi lugar.
Hoy esa plaza, apesta.
Ya no extraño a Piura, porque mi gato era piurano.
Bubu tampoco está ya (y no porque no quiera).
No extraño Piura porque la verdad, hace tiempo cada vez que estoy allá,
Sólo quiero venirme a respirar el mar por acá.
No extraño Piura, porque juré nunca más regresar,
Porque quiero otro lugar.


“Fernández, no es epañol sino argentino. Es muy hombre,
un auténtico aventurero. Es nuestra voz en español.”
“Qué calor señor”.


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