Los mismos recorridos de siempre.
La pista carretera a Pimentel
como eje principal. El constante ir y
venir del cuarto a la universidad siempre tan cerca sea de día o sea de noche.
El escape a Pimentel de vez en cuando para guiarnos en el recorrido con las tienditas
hasta la mitad de pintadas con publicidad de cervezas en cada esquina y la
aparición inesperada (aunque te hayas preparado) del mar en algún punto del
vuelo, ya sea a solas o en mancha, más a solas pues la mancha son sólo unas
cuantas personas, de las cuales sólo yo estoy en Pimentel, me he enterado que
Carnero ya regresó de su viaje. El ocaso como favorito si es que hay buenos
presagios y el mismo ocaso como el “más peor” si es que las cosas andan
saliendo siniestras en la U o en los nervios de estar siempre pensando (por qué
vivir?).
La carretera que te regresa con
el ocaso que se ha ido y ha dejado el cielo oscuro con cirros anaranjados. El
regreso de espaldas al mar para aguardar en silencio a veces las situaciones
tensas en la mesa donde comemos cuatro personas los últimos tres años desde que me vine a vivir a
Chiclayo (a la mitad de la carretera entre Chiclayo y Pimentel para ser más
exacto). Igual la convivencia entre todos las salvamos (hay formas que si bien
no son justas, las usamos para limar asperezas entre los de las casas, nos
sobornamos). La salida a la calle por la inquietud de siempre de ir por los mismos caminos
de siempre como buen hombre rutinario. El camino apuradito y tal vez con frío
siguiendo un muro largo rumbo a un barrio peligroso lleno de cuchillos pero
donde por ratos ya soy conocido por quedarme cada vez que vengo al menos dos
minutos.
El parque frío que así le llama
la gente que viene a sentarse acá es a veces la pausa en las mañanas hermosas de
no recordar a nadie, de estar convencido de que uno puede vivir tranquilo a
solas, no como cuando la tristeza o bien me lleva a Pimentel o al cansancio
poco sincero de mirar de cerca el tanque de agua de una urbanización hecha
desde cero hace tres años detrás de la universidad. El tanque lo he dibujado
una vez a colores en una hoja de papel, siempre a solas, como mis mañanas
nubladas doblando una esquina para llegar a sentarme de a pocos a ver los pajaritos rojos
tan gordos como pelotitas. La fumada en una banca de mañana con las piernas
cruzadas y la cara encapuchada, el mantenimiento de una causa, de una lucha
verdadera, hay que resistirse, hay que mantener las brasas, una vez que se
apaguen el camino puede hacerse más frío. La chamusqueada de pellejos en el
pecho marcan la identidad, hay que aguantarlo todo.
(Foto Pedro Isique)