|1936| |
“Yo soy Tarzán de los monos. Te quiero para mí. yo soy tuyo. Tú eres mía. Vamos a vivir para siempre aquí en mi casa. Te traeré la mejor fruta, los más deliciosos venados y la carne más tierna que hay en la selva. Cazaré para ti. Soy el más fuerte de toda la selva. Tú eres Jane Porter, cuando veas esto sabrás que es para ti y que Tarzán de los monos te ama”.
Pero de pronto un grito terrorífico rompió el ritmo natural de la selva africana. Segundos después, Tarzán rescataba a un hombre blanco de una muerte segura a manos de una tribu de caníbales. Fue así que perdió su primera carta de amor.
El hombre al que había rescatado y quien se encontraba terriblemente lastimado resultó ser un teniente de la marina francesa, y Tarzán cuido de él con un profundo cariño, casi como el que su madre mona “Kala” le había profesado a él desde que era un niño. Pero después de tantos días, Tarzán empezaba a impacientarse, quería volver a la distante cabaña donde se alojaba Jane Porter.
Cuando D´Arnot (que así se llamaba el francés) se recuperó lo suficiente Tarzán creyó conveniente llevarlo donde estaban sus demás hombres. Se lo echo a los hombros y trepó. Todo el viaje fue por arboles a veinte metros del suelo. Al saltar del último árbol, el corazón de Tarzán empezó a latir con tanta fuerza que parecía querer saltar del poderoso pecho por la emoción de volver a ver a Jane
No se veía a nadie fuera de la cabaña, al irse acercando la atmósfera de desolación que se respiraba en el ambiente se fue apoderando de los dos hombres. Ninguno de los dos dijo nada, pero ambos sabían lo que encontrarían detrás de la puerta cerrada.
Tarzán movió el cerrojo y empujó la pesada puerta. Justo lo que temían, la cabaña estaba desierta. El crucero de la marina francesa tampoco estaba anclado en la playa. Ante su desaparición, habían dado por muerto al teniente francés. Pero Tarzán solamente pensaba en la mujer le había besado enamorada y que lo abandonaba mientras él cuidaba a uno de los suyos.
Su corazón se lleno de amargura. Se marcharía lejos, al interior de la selva a reunirse con su tribu de monos. No quería volver a ver a nadie de su propia especia ni quería volver a la cabaña, la dejaría para siempre junto con todas las esperanzas que había puesto en el posible encuentro y contacto con su propia raza para llegar a ser un hombre entre los hombres. ¿Pero y el francés? ¿Qué pasaría con D´Arnot? Ya se arreglaría como se había arreglado Tarzán. No quería volver a verlo. Quería alejarse de todo lo que le recordaba a Jane. Antes que el francés pudiera notarlo, el hombro mono había abandonado para siempre la lejana cabaña.
En dirección al este, Tarzán de los monos iba al encuentro de su tribu. Nunca había marchado con tanta rapidez. Se daba cuenta que huía de sí mismo, al moverse con aquellos rápidos saltos quería escapar de sus propios pensamientos, pero era inútil, los pensamientos seguían su marcha.
Paso por encima de la sinuosa Sabor, la leona, pensó ¿qué podría hacer D’Arnot contra Sabor o contra Bolgani, el gorila? ¿Si se encontraba con ellos, o contra Numa, el león o contra el sanguinario Sheeta, el leopardo?
Tarzán detuvo su carrera.
¿Qué eres Tarzán? Se preguntó en voz alta. ¿Un mono o un hombre? Si eres un mono harás lo que hacen los monos, dejar a uno de los tuyos abandonado a su suerte si te apeteciera ir a otra parte. Si eres un hombre tienes que volver a proteger a los de tu especie. No puedes abandonar a tu propia gente sólo porque uno de ellos te abandonó.
>>Segunda parte, Ella.
Y había sucedido que mientras Tarzán cuidaba del francés herido, Jane había ya no había podido dilatar más el tiempo, y las esperanzas de que D´Arnot apareciera con vida eran menos. Pero lo que Jane Porter más deseaba desde el fondo de su ser, era volver a ver a ese hombre salvaje al que sólo había visto una vez, pero también ella empezaba a dudar de la vuelta de su selvático amor.
No podía admitir que hubiera muerto, le parecía imposible que aquel perfecto cuerpo lleno de vitalidad pudiera dejar de existir nunca. Por una parte, Jane razonaba así, pero por otra parte empezaban a tomar cuerpo otros pensamientos.
Si pertenecía a alguna tribu salvaje tendría seguramente una esposa –incluso quizás tenía varias- e hijos. La joven se estremeció y cuando oyó que el crucero partiría al día siguiente casi se alegró, pero sin embargo, antes de abandonar África para siempre, en el último momento, se arrodilló al lado de su cama en la cabaña y soltó una oración diciendo para sus adentros: "Te amo y porque te amo creo en ti. Pero aunque no creyera en ti, te seguiría amando. Si hubieras vuelto a buscarme, no hubiera dudado en irme contigo a la selva para siempre”.
De “Tarzán de los Monos”,
por Edgar R. Burroughs
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