“Hoy soñé contigo que despertar me dio cólera”
El ocaso es ella con su falda blanca tan chiquita que se pierde en el medio de sus piernas. La arena que con ventisca sedienta de agua dulce escapa de mares infestados de anchovetas y tiburones va dando golpecitos en la cara como antesala a los temblores y los empujones que vendrán como intento mutuo de dos partes queriendo destrabarse.
Alguna vez en alguna combi en Chiclayo rayé encima de unos papeles del banco la leyenda que rezaba una mototaxi al costado, una leyenda que era real y contundente. Decía: caminar de tu mano es un sueño, es mi sueño. Al instante de guardarla para mí y para mi cerebro la analizaba, la sorpresa y el gusto que me sucedieron al leerla eran justificados.
Uno tiene que tener una forma propia de ver el mundo, “caminar por aquí es mi sueño”, la decisión de creer en algo así no sea un sueño para nadie más es necesario; y, no es descabellado. “Cuando las amputaciones son violentas el muñón te duele para toda la vida”.
El hombre y la mujer. Otra vez el contraste por palabras: la oscuridad para ver la luz. El mar, la mar. Más grande para que no se vea. Una muñeca de piernas largas y una silueta a su lado, una espalda no recta como las intenciones que buscan a las piernas; y el diálogo: “hoy soñé contigo que despertar me dio cólera”/ - Tranquila, la manzanilla nos va a poner bien.
El gusto por citar citas citables entre personas notables alivia por ratos la náusea que asoma: “hoy al cogerle sentí algo diferente, pero no era la piedra, era yo, era como si desde mi mano esa piedra me hiciera confirmar que algo hay, que algo ha cambiado”.
El retorno es mejor en sencillo, por eso lo más sencillo es el vacío, pero explicar el vacío es muy complicado, la gente mal entiende, piensan que el vacío no es nada y sin embargo, la realidad es que lo necesitamos para existir. Hoy me vine al mar a solas por las casitas bonitas que hay detrás del malecón de la playa, o sea la transición de mar a ciudad y entre el susurro tibio que desprenden las flores que se asoman, uno recuerda; de pronto recordé que amé y que el silencio perturba pidiendo venganza por tanto dolor. Tuve que dejar todo para seguir. Todo se convirtió en un vacío que crece.
La noche, la oscuridad, los pasos, el tragarse la saliva, la mar en el cerebro, el apodo de Tijuana, las gatas muertas y los amigos enterrados, el cálculo de la respuesta, la playa desierta, el regreso a Chiclayo, pensar tal vez en buscar a los Ódares; o a Gavina quién con su poesía escribe para afuera, para Nueva York con su Central Park en el centro de Manhattan. Los tropiezos, las bonitas avenidas, los caminos de almendros, los nombres de “La alborada” para urbanizaciones y el intercambio de monedas a cambio de besos y chupadas en pipas anaranjadas para que al final de tanto causa y efecto sobrevenga lo que tanto se esperaba: lo más hermoso del silencio. El silencio que es el vacío; la preparación constante que siempre buscó encontrarte en mi camino.
“El sueño de tomar tus manos”.
(*) Por Pedro Córdova.
(*) Foto de Alexandra Meade