Ante el féretro:
La
enfermera entró en ese momento, La tarde había caído bruscamente. La noche
habíase espesado muy rápidamente sobre el vidrio del techo. El portero me
ofreció entonces traerme una taza de café con leche. Como me gusta mucho el
café con leche, acepté, y un momento después regresó con una bandeja. Bebí.
Tuve deseos de fumar. Pero dudé, porque no sabía si podía hacerlo delante de
mamá. Reflexioné. No tenía importancia alguna. Ofrecí un cigarrillo al portero
y fumamos.
El
Entierro:
Todavía
retengo algunas imágenes de aquel día: por ejemplo, el rostro de Pérez cuando
se nos reunió cerca del pueblo por última vez. Gruesas lágrimas de nerviosidad
y de pena le chorreaban por las mejillas. Pero las arrugas no las dejaban caer.
Hubo también la iglesia y los aldeanos en las aceras, los geranios rojos en las
tumbas del cementerio, el desvanecimiento de Pérez (habríase dicho un títere
dislocado), la tierra color sangre que rodaba sobre el féretro de mamá, la
carne blanca de las raíces que se mezclaban, gente aún, voces, el pueblo, la
espera delante de un café, el incesante ronquido del motor, y mi alegría cuando
el autobús entró en el nido de luces de Argel y pensé que iba a acostarme y a
dormir durante doce horas.
Mamá ya no está:
… Pensé
entonces que era necesario comer. Me dolía un poco el cuello por haber estado
tanto tiempo en el respaldo de la silla. Bajé a comprar pan y pastas, cociné y
comí de pie. Quise fumar aún un cigarrillo en la ventana, pero sentí un poco de
frío. Eché los cristales y, al volverme, vi por el espejo un extremo de la mesa
en el que estaban juntos la lámpara de alcohol y unos pedazos de pan. Pensé
que, después de todo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora enterrada,
que iba a reanudar el trabajo y que, en resumen, nada había cambiado.
.
De "El Extranjero" de Albert Camus
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