miércoles, 25 de julio de 2012

Eme


La hierba envuelta en papel aluminio, las cajas de colores, las acuarelas ya secas y las que se tienen frescas en la cabeza: las piernas, las espaldas, las historias de malas maneras para abordar los problemas de pareja. La ciudad recorrida con  una pipilla de acero en la boca, el sonido de motocicletas a las espaldas que hacen aguzar los ojos y los oídos para descubrir algo; o en todo caso, originar que -venga lo que venga- a uno lo encuentren bien parado con todo bajo control, eso se llama actitud. En fin hermano, el desgano vencería hasta el desborde final que recuerda los regazos y recuenta los pasos con los deditos entresacando de a pocos la arena del mar, haciéndola subir y bajar sobre el lomo del pie, mientras se piensa en la ausencia de pensamientos. Cuando la locura aborda, es casi igual que la realidad, pero creo que menos impredecible o tal vez no, qué sé yo. Los palillos de fósforos hasta la mitad de consumidos, el paseo a solas por la ciudad adónde siempre regreso sin darme cuenta (el mar jamás se irá, no importa después de cuánto tiempo vuelva, no importa a qué hora venga, no importa el día que venga, el mar permanecerá, es la mayor sensación de tener algo bajo control). Mi escape a cientos de kilómetros para creer que el dolor es relativo, que todo se puede si es que uno se compromete a dejar de embarrarlas; (pero incluso cuando uno mismo no es el causante, mira que al costado ¡zas, que te mandan la embarrada!). La soledad se ahoga en las gargantas tapadas en viajes a oscuras que nos sentencian a empezar las horas de la noche sin poder bajarse del escape. El adiós siempre definitivo que no llega y el quejido de alguien al costado que no quisiera pensar tanto en lo que una vez dijimos cuando no nos sentíamos tan tristes por abandonarnos en medio del camino. No fue jamás ni así de fácil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario