La hierba envuelta en papel
aluminio, las cajas de colores, las acuarelas ya secas y las que se tienen
frescas en la cabeza: las piernas, las espaldas, las historias de malas maneras
para abordar los problemas de pareja. La ciudad recorrida con una pipilla de acero en la boca, el sonido de
motocicletas a las espaldas que hacen aguzar los ojos y los oídos para
descubrir algo; o en todo caso, originar que -venga lo que venga- a uno lo
encuentren bien parado con todo bajo control, eso se llama actitud. En fin
hermano, el desgano vencería hasta el desborde final que recuerda los regazos y
recuenta los pasos con los deditos entresacando de a pocos la arena del mar,
haciéndola subir y bajar sobre el lomo del pie, mientras se piensa en la
ausencia de pensamientos. Cuando la locura aborda, es casi igual que la
realidad, pero creo que menos impredecible o tal vez no, qué sé yo. Los
palillos de fósforos hasta la mitad de consumidos, el paseo a solas por la
ciudad adónde siempre regreso sin darme cuenta (el mar jamás se irá, no importa
después de cuánto tiempo vuelva, no importa a qué hora venga, no importa el día
que venga, el mar permanecerá, es la mayor sensación de tener algo bajo
control). Mi escape a cientos de kilómetros para creer que el dolor es
relativo, que todo se puede si es que uno se compromete a dejar de embarrarlas;
(pero incluso cuando uno mismo no es el causante, mira que al costado ¡zas, que
te mandan la embarrada!). La soledad se ahoga en las gargantas tapadas en
viajes a oscuras que nos sentencian a empezar las horas de la noche sin poder
bajarse del escape. El adiós siempre definitivo que no llega y el quejido de
alguien al costado que no quisiera pensar tanto en lo que una vez dijimos
cuando no nos sentíamos tan tristes por abandonarnos en medio del camino. No
fue jamás ni así de fácil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario