Último día de un ciclo unviersitario.
- "Hasta se tiembla pipo".
Mi pata se reía mientras trataba de terminar rapidito una maqueta (que es la parte -tal vez única- formal en que ando metido, hacer maquetas y planos). Dos días encerrado con mi tocayo Pipo para medir al final de la noche de hoy rezando ya solito en un autopista rumbo a una farmacia: "dos días, uno despiertísimo, otro dormidísimo".
Cuando entré hoy al campus de la universidad luego de que no consiguiera mi receta anhelada en una lejana farmacia, he estado silbando para no pensar (pero era en vano, ninguna luz podía distraerme). De noche, terco he vuelto a ir a la misma farmacia donde me dijeron que no vuelva, y otra vez me dijeron que no hay lo que quiero:
- "Con usted, son cuarenta personas que vienen por lo mismo".
Me he acomodado los pelos apartándolos de mi cara y sin sonrisa me he quedado parado un par de horas en la noche escuchando unas aves lejanas, aves rayadas con nombres alucinantes: huerequeques, pero era en vano, ninguna luz (ni ninguna hembra huerequeque) me hubieran podido aliviar la násuea; ya en el último taxi del día mientras me acariciaba las barbas de loco desaliñado, el taxista me habló:
- "Yo sé donde puedes conseguir lo que buscas".
Era en vano, el cansancio me había ganado, no le hice caso. No fui a ningún lado, sólo fui a dar dos vueltas (o tres) a la cerradura de la puerta de la calle de casa y subir sobándome la barriga que salta por ratos (y yo ni sé por qué). Los silbidos, la ducha caliente que me ha vuelto a la vida para reírme solito conmigo mismo recordando lo sucedido: el no encontrar recetas y negarme a seguir buscándolas.
Fin de la ducha, he salido a caminar rodeando una iglesia (que no es iglesia sino secta) recordando los eventos sucedidos desde ayer: las yuquitas en una mesa, el gato Crispy, mi prendedera en una ventanita, el sueño infinito de Pipo, la banda brasileña Sepultura, los vagos del Callao y de apodos como "Torita", el café helado, la mujer incansable, el alejamiento de los grupos y de los amigos, el libro de José Ingenieros que encontré de casualidad por buscar papel para líar, mi papi, yo, el silencio, las vueltas en la cama, el recuerdo de siempre, el sosiego, el labio chupando pelos de barba, el parque de una amiga, mi tembladera, el sábado, el domingo, el lunes, las manos chuecas tecleando en automática inercia: "tlac tlac tlac", la locura, "tlac, tlac, tlac", las gracias y el sabor de la última dosis encontrada a última hora hoy, sintiendo como si fuera la primera vez en estas andadas. Cri. Cri. La gente delante mío buscando grillos para saltarles encima y despanzurrarlos, mi masaje en el cuello de una mujer mientras mi cabeza seguía en funcionamiento: todita la pensadera, sin descanso y la manía de calcular todo en tiempos exactos para hacer cada cosa (aunque casi siempre sin éxito a la hora de practicarlo), y el final constante: la náusea solitaria, como indicación de que todo esta yendo bien en la realidad. La demencia.
Días seguiditos sin parar, escuchando el apoyo mutuo: "no te duermas", la alucinación constante en una cabeza que raya con esquizofrenia. El fin de estos días, fuera de la tribu como chamán enajenado que se sienta en cuclillas para hacerse trenzas rojas. El dios sol que se me apaga y la canción final del último minuto para conmemorar cada día nuevo en un mundo que busca curar a sus mejores locos, el estribillo como coro diario vociferado para mí mismo:
- "Todos vamos a morir".
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