Qué calor.
Foto de F. Eyzaquirre |
Día once de enero
del 2014. En dos semanas acaba el ciclo universitario en la Udch.
Son más de tres
años con el blog, primero más escribiendo y últimamente más dibujando (eso
preocupa: dibujar para disimular la falta de nuevas palabreadas, de nuevos floros,
de nuevas convicciones, de nuevos debates. Dibujos para distraer, nada más).
Estos últimos días (que coinciden con los primeros del año) con mis compañeros
de la FAU andamos cansados, tenemos entregas constantes. Amanecerse cada martes
para que nos critiquen los trabajos, viernes entregamos, te cierran la puerta
(los que dictan la cátedra), no te dejan entrar, ejercen presión y las
reacciones de los alumnos frente a estos últimos días (que a su vez son los
primeros) son diferentes, se siente que falta poco, y bueno, al darte cuenta
que es viernes que estás medio dormido en clase escuchando la clase y por ahí
medio sonámbulo dictan otra sentencia: otra entrega dentro de 19 horas. Ir a tu
casa y avanzar con todas tus fuerzas. Y otra vez.
Todos confiados que
los viernes se acababa la semana y amaneciendo sábado otra vez con las ojeras y
corta y corta y corta y cortando cartones y dedos, ver el azul morado en las
primeras horas de la mañanita resoplando un humito y saltar luego al ruedo: “hay que achorarse, no dejarse”. “Sábado
que ya ni sé que es sábado”, pienso en la noche. Hoy ha sido un día extraño,
levantarse tempranito y seguir pensando en lo que vienen sucediendo en las
aulas, la presión y preocupación de todos. Sí, es sábado. Mañana domingo fin de
toda la semana y nunca -¡nunca!- dejando de pensar en la misma cosa.
Hoy cuando amaneció
sábado, fuimos al campus. Salir rumbo a la universidad con shorts manchados de
siliconas y UHU y entrar a la UDCH, ver a mis compañeros dejar maquetas, salir,
saludar a los arquitectos, volver a entrar al salón con todos, todos son buenos
amigos sin excepción. El calor en los pasillos y el mediodía. Sábado que se nos
va, que se nos va. Pasillos, bochorno, y de pronto, Itabashi apareciendo de la
nada paseándose por ahí diciendo: “qué calor” mientras se abanique con las
manos y la camisa bien remangada. Las recomendaciones finales de los
arquitectos luego de entrar al salón y comentario finales para la entrega del
martes. Fin, sábado de tarde. Mañana domingo. Después de la universidad, los
chicos han fugado a sus casas a las dos de la tarde…
En casa: “Yo traté de resistirme de no dormir… de no
dormir”. Domingo. Final inesperado a velocidad de la luz. Se pasó. Ya no
pensaré más en la misma cosa. Al menos en éste párrafo, no.
Domingo. Pensar que
siempre, los domingos es un poco más difícil hacer ciertas compras, ciertas
transferencias bancarias, movilizarse, etc. (es domingo) hay prever eso. Y calcular
lo que viene. Amanecer lunes para la entrega del martes, pensando en la entrega
de cerebro de todos estos días. Ya no voy a pensar más en lo mismo.
Y bueno, ya en la
noche de un sábado pensando (pues era sábado y era de noche): ”¿cómo sería si pudieras escoger cómo
amanecer tu domingo? - ¿cómo sería?”.
Un abrazo y un beso
son buen punto de partida.
No claudiques.
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