El
domingo siempre es el día más cruel. A veces, cuando la luz del sol no sale,
cuando todo se anega a una especie de charco húmedo y sucio, el domingo se
convierte en un espacio tortuoso, un vacío fuera de la rutina que nos anestesia
y nos salva, esa rutina laboral y semanal que nos aleja del asqueroso pantano
de la depresión. Por eso mismo la depresión es dominguera. Para la depresión de
verano, sobre todo, de un domingo que es 14 de febrero, no hay partidos de
fútbol, ni ceremonias en la iglesia, ni sol ni cine ni playa ni juegos de los
niños en el parque, ni cebiche ni pisco sour. La depresión acecha los domingos
de la peor manera: por la espalda y sin chaleco antibalas.
Y
tenemos miedo. Al borde del enamoramiento, al borde del desamor, al borde del
aburrimiento: tenemos miedo una vez más porque simplemente estamos al borde. El
abismo. La sima. La profundidad de un cañón. Aunque la última vez se haya
sufrido demasiado, tanto que una se puede preguntar sin sarcasmo: ¡¿cómo era
posible?! Una vez más extendemos las manos al cielo con los ojos apretados y
con pánico a que el halcón del dolor hinque su pico y lo clave en el centro,
pero las extendemos porque, en América Latina así como en otras partes del
orbe, muchas mujeres somos unas hambrientas de amor. No con hambre sexual, ni
siquiera con desesperación ni con ansiedad de bulímica, sino con una
intranquilidad interior que nos roe poco a poco.
Y
una puede llegarse a convencer de que hay seres humanos especialmente
destinados a sentir el dolor: una sensibilidad especial que lo percibe todo,
como una antena, para encontrar espacios de dolor en los otros y creer que se
pueden volver una amenaza contra nosotros mismos. Pero eso es imposible porque
el dolor es innombrable, es incomunicable, no se puede asir jamás excepto como
una vibración extraña. Algo como una corriente eléctrica en la zona derecha del
cerebro. Algo como un temblor en los dedos.
Algo como ese sabor salado de las lágrimas.
En
el día del amor ¿cuántas mujeres recorrerán las cicatrices que sus amores les
han dejado sobre el cuerpo para recapacitar sobre sus propias vidas?, ¿en el
día del amor cuántas mujeres se atreverán a decirse a sí mismas que, ese
hombre, maltratador, mentiroso, sacavueltero, no es necesariamente el sapo que
al besarlo se convierte en príncipe? ¡Ay qué de sapos hemos besado en nuestras
vidas! ¿En el día del amor qué mujer podrá poner encima de esa necesidad de
protección y de pareja la dignidad para decir basta a la agresión, basta al
chantaje sexual, basta a los malos tratos psicológicos? Esa mujer, la que diga
basta de una vez, la que sobre las cenizas de todo lo vivido, sobre el abismo del
pánico, pueda sobrevolar con miedo sobre las puntas de sus pies, esa mujer se
habrá salvado y habrá salvado a sus compañeras.
En el día del amor no es posible pensar que el
amor masacra, destruye, arruina, devasta, arrasa como un huaico cortando toda
comunicación a su paso, porque el amor es siempre construcción y nunca tener
que pedir perdón.
Artículo de la peruana
ROCÍO SILVA SANTISTEBAN
fEBRERO-2012
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