Y lo tuvimos: nuestro corto auge de contracultura, amor por el alcohol; unión
y celebración. Vivíamos “la revolushion” como siempre nos cantaron “los Adicts” desde el 80 creo.
Por esos tiempos disfrutábamos hasta donde podíamos; habíamos convertido
nuestras vidas en una serie de alternativas muy diferentes respecto a los
demás. Considerábamos que había llegado nuestro propio carnaval y la idea
siempre estuvo clara, era un carnaval de excesos y nada más. Cientos de noches
pasaron entre caras conocidas y autodestrucción (aunque la palabra que más se
usaba era descontrol). Aunque hicimos también algunas otras cosas.
Vimos llegar bonitas tardes amarillas de conversación donde nos juntábamos
para tratar de seguir creyendo en la idea de protestar, en dar la contra. Volanteos,
pintas, revistas. Queríamos seguir procurando la abolición de todas las
identidades y los sectarismos. Abolir todo aquello que buscaba clasificar
nuestras mentes y nuestros cuerpos; destruiríamos todo aquello que buscaba
tenernos señalados por especies: rojos, punks, rockeros, rock-stars…
En ésa época nos tenían bastante identificados desde afuera pero pocos nos
sentíamos verdaderamente identificados entre nosotros mismos (los que estábamos
dentro). Pocos nos dábamos cuenta que en ése entonces andábamos bastante unidos
(para bien o no). Pronto habrían cambios, y éstos empezarían a surgir desde
donde siempre había girado todo: desde adentro, desde las ideas espontáneas y
las ideas alternativas. Había nacido un germen y creció como lo decían los
folletos aparecidos desde siempre -desde los setentas en Londres. Un germen que
se multiplicaría como plaga por donde debía y quería hacerlo, infectando y
ensombreciendo cada una de las calles. Un germen que por segundos breves
parecía ya “una idea”, un mismo sentimiento compartido por todxs. Pero
estábamos tan alcoholizados y con tanto sueño que no nos dábamos cuenta de lo que
sucedía a nuestro alrededor, no estábamos seguros de qué era lo que estaba
pasando (ni tampoco queríamos saberlo), había incluso quienes llegamos a creer
que se podía vivir entre sueños, entre los putos feos sueños que no nos vendía
el sistema; vivir de la forma que sea siempre y cuando, no vendiéramos nuestras
vidas a cambio de supervivencia. Y así los días fueron avanzando y sólo se
escucharon susurros. Al final, tiempos nuevos se confirmaron, las cosas cayeron
por su propio peso. Todo acabó. Dejamos de juntarnos y ya. Fue así y nada más. Faltaron
las ganas; aparecieron nuevas. Se fueron caras, cambiaron otras. Cada uno
empezaba a contar una nueva historia.
Para cuando los días acabaron para siempre, nunca nos habíamos dado cuenta
de lo que habíamos logrado -y ya no adentro- sino de lo que se había originado
allá afuera, donde nuestras sombras de pronto se convirtieron en enfermedad;
poco a poco una infección consumía a todo motor -placer y morbo- todo tipo de
moral y calma. Aparecieron los dolores de cabeza y la preocupación: la ciudad
caliente había empezado a ennegrecerse. En Piura por fin conocían a los punks
(y los odiaban).
“Recuerdos
de la Piura que explotó. Punk del 07”.
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