La gente no sabe, yo no sabía, estudiar la carrera parecía banal para casi todos; cuando empezamos no era nada claro, ciclos después más o menos, hasta después de la cátedra que llevamos con tres arquitectos, el arquitecto Itabashi remeció algunas vidas. “Hay que tener rigor” siempre decía, primero no le entendía, pero él hablaba de que no haya nunca nada de más, ¿quién ha pedido hacer cosas estrambóticas? -poco a poco se le entendía. Se molestaba muchísimo; con él no se podía hacer “la finta”. Los trabajos debían ser trabajados en varios días, no en cuatro horas. “Y el nivel va a ser más alto”. Los alumnos no entendían la clase, los alumnos se distraían, a los alumnos nos dolía la barriga por las críticas, a los alumnos les aterrorizaba considerar llegar a la cátedra, los alumnos no podíamos guardar en la cabeza la palabra más importante: Moderno. Las capuchas, las ojeras, la cinco de la tarde, la noche helada, días de pausa y volver a comenzar; yo no sabía, estudiar la carrera parecía algo banal para casi todos. Pero ahí la misma palabra usada en otra acepción, rigor, ahora como resistencia, que si no hay otras fuerzas o razones, uno mismo debe autoinflarse de valor: aguante hombre. Las clases no eran obligatorias y aún con las palabras más suaves, los comentarios de los arquitectos nos deslumbraban. “No se sientan mal, busquen ser sinceros, tal vez la carrera no es, tal vez deban parar. Ya no se mientan más”. Los alumnos no entendían, tal vez queríamos creer que era de broma, que en ningún lugar del mundo ni en la peor circunstancia puedes salir tan mal, pero no era en broma. Después de las notas de mitad de ciclo se fueron las personas, algunas se quedaron porque se habían mantenido constantes en el trabajo desde el principio, otros iban a la esperanza, y unos últimos que no se retiraron por el qué dirán. Igual así con una pausa de diez días se nos encargó acabar el trabajo final. Doce alumnos presentarían. Maquetas, y planos. Todo a mano. El día de la lección definitva empezaron a aparecer las iglesias y parroquias entrando por el Campus. A las seis y media de la tarde se cerró el salón. Todos están callados afuera. Los alumnos no entendían tal vez mucho sufrían.
La lógica: En algún momento de la historia, el curso, el mal rato, la espera ansiosa, tenían que acabar, no importa cuando, pero la lógica dice que un punto de la historia así será. Primero lo primero, rememorar pedazos, fragmentos. Antes que todo, antes incluso si quiera de coger el lápiz y ponerse a bocetar, las preguntas definitorias: ¿Dónde? ¿Para quién? y ¿Cómo? (ésta última entendida como la materialización del proyecto, ¿con qué materiales construirás? ¿vas a emplear acero o no? Eso ya lo verás ¿no?), luego empezar con la investigación en sí, tal vez tengan que visitar el lugar, revisar proyectos anteriores, releer a los grandes maestros, etcétera. Explicar el edificio pero no diciendo tiene puertitas cuadradas, el piso es de arena. No. Ustedes deben manejar los términos con claridad; las partes del edificio son tres: encuentro con el piso (puede ser un zócalo, una planta libre o hasta un taco o pedestal –como el que usa Utzon en una de sus casas), después, tenemos que ver el cuerpo del edificio, el edificio en sí, si tiene volumetría simple, si es un solo cuerpo, etcétera. Y finalmente tenemos a la cubierta o remate ¿con qué techo o estructura vamos a acabar finalmente la obra? Estas tres bases son las partes del edificio. Ahora si preguntara las partes de la pieza arquitectónica, eso ya es otra cosa, entran sin fin de detalles: emplazamiento, sistema portante, cerramientos, distribución de ambientes, uso de iluminación; o sea un análisis que se ve ayudado en el programa que se tenga del proyecto.
El proceso sigue.
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