En ese día la mañana se presentaba bonita; en el parque, sin
querer, me he sentado en una banca que había al frente de una casa en esquina.
Tengo el recuerdo casi fresco de sentir la textura de los lápices de colores
entornados en mis manos y luego tajándolos; ese día pues, la mañana se
presentaba bonita.
El recuerdo de una entrada discreta acompañada de verde a cada lado que termina con tu cara pegada a la madera. El retranqueo del piso último, para que, alguien pueda dejar al aire libre una plantita que apenas se asoma y esa “simple franja” azul a través de toda la fachada para recorrerla y amarrarla: la horizontalidad, no hay que olvidarla, “basta que el ojo lo crea, para que el cerebro lo valide”.
El recuerdo de una entrada discreta acompañada de verde a cada lado que termina con tu cara pegada a la madera. El retranqueo del piso último, para que, alguien pueda dejar al aire libre una plantita que apenas se asoma y esa “simple franja” azul a través de toda la fachada para recorrerla y amarrarla: la horizontalidad, no hay que olvidarla, “basta que el ojo lo crea, para que el cerebro lo valide”.
La bomba de agua en el piso último con sus brazitos de PVC y
su eternit rojo bien bonito como sombrerito, parecía más bien un robot casi escultórico, vigilante
histórico de la casa. Otra vez los tubos de PVC y las gárgolas de Le Corbusier
o de Notre Dame: hay que mantener esos elementos gracias a los cuales, los
techos desaguan.
El poste de luz y el desanclaje del faro, parecía que el
fierro y el concreto se entendían más bien separados que juntos. Ambos servían
a la casita de esquina y al parque que
refresca al frente. Y de telón de fondo de la casa en esquina un edificio
a medio terminar que también a su último piso, le retranquea.
El poste, el cielo y el encendedor en silencio. Ese día la mañana se presentaba bonita.
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