- En fin, no exageremos -dijo Oliveira-. ¿Dónde querés que vaya a dormir? Una cosa son los nudos gordianos y otra el céfiro que sopla en la calle, debe haber cinco bajo cero.
- Va a ser mejor que no vuelvas Horacio -dijo la Maga-. Ahora me resulta fácil decírtelo. Comprendé.
- En fin -dijo Oliveira-. Me parece que nos apuramos a congratularnos por nuestro savoir faire.
- Te tengo tanta lástima, Horacio.
- Ah, eso no. Despacito, ahí.
- Vos sabés que yo a veces veo. Veo tan claro. Pensar que hace una hora se me ocurrió que lo mejor era ir a tirarme al río.
- La desconocida del Sena... Per si vos nadás como un cisne.
- Te tengo lástima -insitió la Maga-. Ahora me doy cuenta. La noche que nos encontramos detrás de Notre-Dame también vi que... Pero no lo quise creer. Llevabas una camisa azul tan preciosa. Fue la primera vez que fuimos junto a un hotel ¿verdad?
- No, pero es igual. Y vos me enseñaste a hablar en glíglico.
- Si te dijera que todo eso lo hice por lástima.
- Vamos -dijo Oliveira, mirándola sobresaltado.
- Esa noche vos corrías peligro. Se veía, era como una sirena a lo lejos... no se puede explicar.
- Mis peligros son sólo metafísicos -dijo Oliveira-. Creeme, a mí no me van a sacar del agua con ganchos. Reventaré de una oclusión intestinal, de la gripe asiática o de un Peugeot 403.
- No sé -dijo la Maga-. Yo pienso a veces en matarme pero veo que no lo voy a hacer. No creas que es solamente por Rocamadour, antes de él era lo mismo. La idea de matarme me hace siempre bien. Pero vos, que no lo pensás... ¿Por qué decís: peligros metafísicos? También hay ríos metafísicos, Horacio. Vos te vas a tirar a uno de esos ríos.
- A lo mejor -dijo Oliveira-. Eso es el Tao.
Rayuela. Cortázar
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